Esta historia la escribí hace un tiempo atrás. Las largas travesías en canoa por el océano Pacifico ayudan a recordar el pasado y a meditar un poco. Esta es la historia del día en que mi Papa me hizo cagarme en las patas, para decirlo en criollo y que aprendí que hay que agradecer y hacer saber a aquellos que son iconos en la vida de uno cuanto se los aprecia hoy y todos los dia antes de que sea demasiado tarde para decirlo en vida.
Caida libre
Por: R. Schneider
Cae. El hombre de tan solo 40 años, el doctor, el que una vez fue viudo. Cae el hombre que de niño corría descalzo con sus hermanos por las pampas argentinas, el que fue estudiante de medicina, el residente de cirugía, el traumatólogo, el que hacia de todo en un hospital remoto del sur de África, el esposo, el padre de dos. Cae mi Papá.
Cae en cámara lenta, las piedras volcánicas bañadas por el sol africano de mediodía lo esperan abajo, como dientes sedientos de la sangre de su cuerpo. Cae en cámara lenta y yo miro, unos 40 metros mas arriba asomándome sobre el borde del precipicio, con asombro y horror veo como su cuerpo golpea las rocas. Grita mi interior y escucho como el grito de espanto y pánico hace eco entre las montañas Drakensberg, las montañas de los dragones.
Golpea con fuerza contra las rocas en la base del precipicio. Su cuello se extiende hacia atrás al golpear contra las piedras, luego queda quieto, muy quieto. Todo esta en silencio, los grandes buitres que circulan con las térmicas muy alto sobre los picos de las montañas callan. Tiemblo como una hoja, mi piel bronceada por el sol de África se vuelve blanca como la nieve. Acabo de ver un fantasma, una pesadilla de la que no me puedo despertar. Me quiero tirar detrás de el, rescatarlo, tenerlo en mis brazos y protegerlo como el lo hizo conmigo siempre pero no puedo, nos separan 40 metros de abismo.
La enfermera alemana con la que estuvimos escalando este acantilado rocoso esta junto a mi, se la ve pálida. El pánico que siente reflejado en su cara. Esta anclada en el borde del precipicio, no se mueve. Los dos estamos con los ojos pegados sobre el cuerpo inmóvil de Papá que yace tirado sobre las piedras con sus extremidades en ángulos extraños, anormales.
Reacciono saliendo del hipnotismo profundo que me tiene atado. No hay manera de bajar rápido, la única opción es bajar por la pared de rocas que acabamos de conquistar, la pared formada por miles de piedras, una de las cuales se desmorono bajo la mano del hombre que ahora esta inmóvil.
El descenso es lento, metódico. Mi único pensamiento es llegar a su lado. Cada fibra de mi cuerpo grita impulsado por la adrenalina que mi organismo genera. Tengo que tener cuidado, si me caigo no lo voy a poder ayudar. A la vez mi mente repasa la imagen de la caída, el golpe y la posibilidad de que cuando llegue a su lado no haya nada que pueda hacer. En cuatro ocasiones piedras se desmoronan bajo mis dedos temblorosos, pero logro mantener el contacto con la pared, la abrazo con fuerza y con odio por lo que hizo.
Hay tantas cosas que le quiero decir. Ahora se me ocurre, quizás ya sea demasiado tarde; ¿porque no se lo dije antes, cuando tenía la oportunidad? ¿Porque no hable cuando paramos a descansar en el arroyo cristalino de aguas heladas que corre a toda prisa montaña abajo?
¿Que me costaba decirle que lo quiero, que le agradezco por todo lo que hizo y hace por mi?
¿Porque no le dije nada cuando volví a casa del internado para pasar estas vacaciones que ahora son una pesadilla?
“Las cosas hay que decirlas en vida” alguien me dijo una vez, pero yo no había hecho caso. Porque nosotros éramos inmortales, eso era hasta hace unos segundo atrás, previo a que el abismo arrebatara a mi Papa.
Casi veinte minutos pasaron hasta que, con piernas temblorosas, llegue al lado del cuerpo inmóvil. Tenía miedo de tocarlo, estaba en la misma posición. La enfermera alemana estaba todavía a mitad de descenso. Yo no se que hacer. Tengo solo 14 años.
Di un sollozo de alivio al ver que estaba respirando trabajosamente. Su cara ensangrentada apoyada sobre el filo de una roca, la rodilla derecha doblada a 90 grados.
¿Por que no se apura la enfermera?
Me arrodillo a su lado en el polvo y entre las piedras que son como dientes filosos. La sangre que emana de su cuerpo es absorbida por la tierra africana sedienta. La tierra de este continente ha tomado más de su ración de sangre a través de los años y siempre sigue sedienta por más. Pero hoy no, no la voy a dejar absorber mas sangre. Sangre de mi sangre, la misma que corre por mis venas intactas, la misma que chorrea de las suyas.
Lo doy vuelta con mucho cuidado extendiendo el cuello y manteniendo las cervicales fijas. No se cuanto daño hay. Me habla pero no entiendo lo que me dice, escupe sangre y un pedazo de diente. Tiene la mandíbula quebrada. Un gran tajo empieza justo por debajo de su ojo izquierdo, corre por el borde de la nariz y se extiende hasta el maxilar superior exponiendo los músculos faciales. Hay otro corte profundo sobre la mandíbula inferior fracturada. Su barba esta cubierta de sangre.
Trato de lavar lo que puedo con el agua de la cantimplora. Los cortes profundos exponen sus encías, parece que tiene una enorme sonrisa porque los labios están partidos. La sangre tiñe los dientes rotos de rojo.
Los rayos de sol dorado nos bañan y transpiramos los dos bajo su intenso calor, juntos a 3000 metros sobre el nivel del mar y a mas 3 horas de caminata del vehiculo que espera nuestro regreso al pie de la montaña. Yo hablo pelotudeces, no se lo que digo, no le entiendo cuando me habla con su mandíbula fracturada y creo que el tampoco me entiende cuando yo balbuceo descabezadamente, trato de mantener la calma y le hablo como un loco con lagrimas en los ojos y temblando de alivio porque ahora se que esta vivo y estable.
Por fin llega la enfermera alemana, parece que esta en shock. Al final entre los dos tratamos de consolarla a ella. La enfermera me tiene que ayudar porque no se que hacer aparte del lavado con agua y usar una camisa para presionar la lesión. La rodilla no esta bien, no se si va a poder caminar, no hay otra opción para salir de esta montaña que esa.
Todos respiramos profundo, nos tratamos de calmar. La enfermera una vez que constata que Papá esta vivo esta mas en control. Le sale el sargento de adentro, trata de pensar en frío y calcular las opciones, pero tarda. Yo no se si esta pensando en el diseño de un nuevo Mercedes Benz o una nueva estrategia de ataque para conquistar Europa, pero tarda en decirme lo que tengo que hacer, como puedo ayudar, yo solo quiero sacar a Papá de esta montaña de mierda que casi se lo lleva.
Papá se levanta trabajosamente. Se puede mover alimentado por la adrenalina que genera el cuerpo, pero sabemos que cuando la adrenalina se termine estará bajo intenso dolor y el descenso de la montaña será un martirio para su cuerpo castigado.
Ayudado por nuestros cuerpos, que actúan como muletas y un palo que arranqué de un árbol cercano hacemos el atormentado descenso hacia el vehiculo. Descansamos brevemente cada tanto. El nos anima a que sigamos antes de que la adrenalina lo abandone y su cuerpo empiece a gritar por el maltrato sufrido.
Tardamos mucho, las piedras sueltas nos hacen resbalar y nos caemos frecuentemente. La rodilla no soporta el peso y tratamos de sostenerlo entre la enfermera y yo. En el arroyo se lava mejor la cara, tomamos algo de agua. Su rostro esta destrozado, su amplia sonrisa obligada por las heridas nos preocupa. Le cuesta hablar por la mandíbula fracturada, el hueso se ve ahí expuesto, muy blanco entre la sangre cuyo flujo ya mermo pero que empieza a fluir de nuevo cuando nos patinamos y caemos o cuando toma agua.
Así llegamos los tres, la enfermera, Papá y yo. Tardamos cinco horas para hacer el descenso. La adrenalina agotada como el cuerpo. El dolor intenso. Lo recostamos en el asiento de atrás del vehiculo y nos disponemos a hacer la travesía de vuelta a casa, al hospital por el camino de tierra africano sembrado de grandes pozos y piedras. Atrás queda la montaña imponente que me quiso sacar a mi viejo.
Dos años mas tarde, luego de un par de cirugías y varias visitas al odontólogo hacemos pico sobre la montaña. Estamos en la cima y observamos el panorama sentados sobre el techo del sur de África. Setecientos metros mas abajo, sobre nuestra izquierda esta el sitio donde el cayo, donde pensé que lo perdí para siempre. Nos abrazamos felicitándonos por el logro de haber conquistado la mole de roca que casi nos separa.
Pasaron 22 años de ese día horrible. Con el correr de los años le trate de recordar al viejo lo mucho que lo quiero y aprecio los sacrificio que el hizo por mi, porque uno tiene que hacer esas cosas en vida, a veces con palabras otras veces con hechos, pero hay que hacerlo. Fui lejos de ser el hijo perfecto, pero mi mayor logro, el de ser padre, cerro el circulo, me hizo comprender, me acerca a el y a mis hijos porque hoy vivo los dos extremos, el de hijo y el de padre.
Aunque ya hace muchos años que geográficamente nos separan miles de kilómetros y no nos vemos muy seguido siempre me acuerdo de ese día cuando miro su cara y observo la discreta cicatriz que parte justo debajo de su ojo izquierdo, bordea su nariz y se pierde en su barba canosa. La cicatriz que me recuerda que el aprecio y amor que uno tiene para con otros hay que expresarlos en vida, cuando uno menos lo sospeche puede ser demasiado tarde.
Para vos viejito, te quiero… sabelo!
El viejo y yo en el segundo ascenso 2 años después del accidente. Por detrás nuestro esta la cima que conquistamos.
2 comments:
Nunca pensaste en escribir todo asi en forma de libro e imprimirlo?
Seria lindo...
:)
Me halaga señora!. Tengo varias historias cortas en forma de cuento incluyendo esta (y la del 9/11) y el principio de una novela (voy por ¼ mas o menos) en Ingles que comencé como hace dos años tras y medio que quedo ahí nomás sobre lo que vivimos en Angola. Quizás algún día si consigo un buen editor/a que me corrija la gramática etc. y no tenga que pasar vergüenza! Por ahora tire estas dos historias cortas a ver que opina la gente… gracias por los comentarios!
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