26 August 2011

Recuerdos del campo

El otro día estaba acordándome de mis días de niño por los pagos Entrerrianos. Mi abuelo, el legendario Dr. Raul Schneider oriundo de Rosario, Santa Fe, y luego de algunas vueltas, radicado por varios años en la metrópolis de Hersilia, de la misma provincia, tenía una pasión por los campos. Esto se convirtió en un tipo de hobbie que lo llevo a comprar campos en Córdoba, luego en Santa Fe y el ultimo que tuvo fue en Hasenkamp, Entre Ríos, otra gran metrópolis en el corazón de la provincia que lleva el nombre de su fundador y significa “campo libre.” Lamentablemente la inversión en estos campos no fue demasiado rentable a largo plazo, pero el abu se saco las ganas de tener sus campos y dejar la minima herencia posible. Invertir en campos en la decada de los 80 no era buen negocio... 

He aquí que de vez en cuando los domingos, o durante los fines de semana nos íbamos a Hansenkamp a visitar el campo. No me acuerdo demasiado del campo en si excepto que tenia un par de higueras gigantes, un montón de vacas, que se comían unos ricos asados en una mesa larga bajo unos pinos al lado del galpon y que me daban rienda suelta para andar a caballo, algo que me gusta(ba) mucho. Mama no tuvo tanta suerte con uno de los caballos del campo. Un dia Churrinche se puso medio loco y la dejo a Mama desparramada en el medio de un campo arado luego de salir corriendo como que lo perseguía un demonio. Los peones del campo le gritaban “sooooo, estese quieto, tranquilo Churrinche,” tratando de agarrarlo de la boquilla. Churrinche no les dio ni la más mínima pelota y se largo en carrera desesperada tratando de quitarse el humano de encima. Por suerte fue solo un susto que no se tradujo en huesos rotos o demas, pero creo que desde entonces Mama nunca mas se ha subido a un caballo. Y aqui la foto de este autor y Churrinche.

Para llegar hasta el campo teníamos que desviarnos de la ruta asfaltada y tomar un camino de tierra transitando por el mismo durante varios kilómetros. Cuando llovía no se podía entrar o salir porque el barro pastoso se"comía el auto, el barro entrerriano fagocita todo lo que se atreve a desafiarlo. Si uno se quedaba empantanado había que recurrir a la ayuda de algún tractor. Generalmente varios días después de la lluvia todavía quedaban charcos en el camino. Ahí había que acelerar al fondo y mandarse como chancho al choclo a ver si se lograba salir del otro lado. Me acuerdo que el tema de llevar la leche producida en el campo al tambo era problemático por el estado del camino.

Sin duda en el campo la vida es muy diferente a la vida en un pueblo (inclusive uno tan pequeño como Puiggari a principios de los años 80) Ellos tienen sus costumbres y codigos.

Para comenzar nomás, todo es lejos. En el campo no se habla de kilómetros de distancia, se habla de leguas, o horas de a caballo. En general la gente del campo tienen “vista ‘e lince” o sea ven las cosas en la distancia que los mortales comunes no logramos ver sino después de pasado por lo menos 30 minutos del anuncio.
“Ahí viene el Zoiro, anda poniendo el agua a calentar para el mate, vieja” dice un gaucho luego de mirar a la distancia. Uno mira al horizonte, que en la Pampa abarca unos 25 kilómetros y no se ve absolutamente nada que no sean campos sembrados o vacas pastando, pero no quiere parecer pelotudo en frente de la gente así que no dice nada. Al raaaaaatoooo y después de esforzar la vista se ve un pequeña nubecita de polvo en la distancia, después de otro rato se ve un punto que deducimos debe ser el Zoiro que esta llegando pa’e’ranch. Eso es vista é lince. Otra cosa que hace la gente del campo (mas que nada los peones), es nunca terminar de pronunciar las palabras y habla bajito, mirando el piso.
La casa de campo típicamente es la standard “casa chorizo” o sea que entre la ultima pieza y la cocina hay que pedir un sulky para llegar, un pasillo eterno con todas la habitaciones paralelas. Creo que la casa del abuelo no era tan así, pero en general lo son. Lo que si era muy común a principio de la década de los 80 era que obviamente las casas de campo no tenia ni agua corriente ni electricidad. Pasar la noche en la casa de campo en invierno era una tortura, creo que el agua caliente de la bolsa (de agua caliente) se congelaba durante la noche. En ese entonces no tener electricidad no era una cosa del otro mundo como lo es ahora que cuando no hay electricidad la gente corre como gallina sin cabeza porque no puede usar la playstation, la computadora, se corta Internet o no hay TV. La electricidad a principio de los 80 cumplía una función, y solo una función, la de poder ver de noche y evitar que te coma el cuco. Por suerte el cuco no viene si hay luz de vela o de linterna. Temprano en esas mañanas heladas el abuelo se levantaba y mientras caminaba al baño iba tosiendo descontroladamente y diciendo carajo por el camino. Toser, decir carajo y tomar mate temprano a la mañana son cosas típicas de un abuelo que ama el campo.
Entre todas las cosas que aprendí en el campo (andar a caballo, ordeñar una vaca y disparar un arma para hacer perdices en escabeche) una lección importantísima es la de cómo se debe tratar a los perros. En el campo siempre tiene que haber por lo menos 5 o 6 perros. Los perros en general no tienen nombre determinado, se los llama Firulais, Chicho o mas comúnmente Chicho ‘e mieyyyda o Juera Peshhhrr. Sin embrago es importantísimo saber que a los perros nunca se los debe tutear. Los peones con la boca llena de asado le grita al perro que se esta acercando sigilosamente a la parrilla "Firulais, qué taciendo! Se va de ahí! Se va pa' la cucha mieyyda!!" (Tirándole una patada o una piedra, pero tratándolo de USTED). "HEH! Y se queda ahí. Que sianda criendo, eh? No lo quiero ver má po esto alrededores. Qué lo tiro e' la' patá. O si la boca del buen hombre esta demasiado llena de asado o esta ocupado con otra cosa simplemente se le dice “Se va ‘e ca Chicho ‘e mieyyyyda”

Así es la vida en el campo, por lo menos lo que yo recuerdo.

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